Hace más de una semana, la Universidad Politécnica Salesiana me ha dado una gran oportunidad de aportar una experiencia nueva a mi vida. El reto por asistir al Centro de Rehabilitación Social y servir en calidad de docente de la Carrera de Administración de Empresas fue algo que se vino forjando con sentimientos diversos; en donde se conjugaban muchas interrogantes, deseos, ilusiones y temores que de a poco me fueron preparando para asumir esta responsabilidad.
En el transcurso y normal desenvolvimiento de la cátedra, las impresiones surgieron súbitamente dejándome sentimientos diversos, ya que de manera fugaz, todos mis cuestionamientos se esfumaron transformándose por el contrario en un proceso mutuo de aprendizaje alumno-profesor. Y es que ya dentro del aula, una de características peculiares, los deseos y anhelos desbordaban súbitamente un verdadero ánimo por aprender. Nunca había experimentado en vivo y en directo esa imperiosa necesidad por acaparar el conocimiento; había leído a muchos autores hablar sobre la sociedad del conocimiento y la importancia de la información en el devenir actual, pero conjugar las ganas mientras se reconocen sinceramente las capacidades personales, son particularidades que no las había visto, y que yo personalmente incluso tampoco las había desarrollado en mis años de estudio.
He tenido la gratitud de encontrarme con un grupo de gente tan normal como yo, gente que tiene alegrías, sentimientos, anhelos, necesidades, problemas, ilusiones, deseos y esperanzas. Alumnos que conocen de frente el sufrimiento, la soledad, la desesperación, la injusticia y el verdadero amor por el prójimo, que luchan contra un sistema que les agobia y les vuelve víctimas de las circunstancias en un mundo que pocas oportunidades parece brindarles, pero que por más adversidades no han olvidado a sus padres, hijos y amigos, que aún recuerdan la luz del sol, su equipo de fútbol y que sueñan en un mañana mejor.
A estas alturas, aunque ellos han aprendido lo que es una computadora, una hoja de cálculo, el clic, los íconos, las herramientas y han desarrollado destrezas aprovechando cada minuto de las 4 horas diarias de libertad para interactuar en el salón de clases, parece que el ignorante soy yo, porque aunque vivo del otro lado de la pared, la rutina parece convertir mi vida en una prisión que me aleja de todo aquello que no quiero o no alcanzo a valorar.
Ahora tengo alumnos en dos lugares diferentes, en aulas diferentes, en condiciones y circunstancias diferentes, pero que de lado y lado todos piensan igual, todos quieren lo mismo para si y los demás. Desde cada contexto, aunque unos y otros no se conozcan, todos son un mismo equipo, y todos se alientan por igual, se intercambian mensajes y deseos por igual; pero sus diferencias, tanto a mi como a los nuevos, nos han hecho entender que el mejor lugar donde se puede estar, es el salón de clases, porque es el primer escalón para alcanzar la libertad.